Una vez un amigo, Leo, me dijo que cuándo uno abandona un lugar se convierte en un eterno desarraigado. Vivo así desde mis dieciocho. Siempre tuve un pie adentro y otro afuera de Patagones, pero hace dos años que estoy acá. Ni bien me mude, conocí a un pibe que me dijo que lo que más le gustaba de esto es que siempre había algo para hacer. Nunca se lo dije, pero en ese momento no le creí . Dos años después entiendo que Patagones es mamá y papá a la vuelta de la esquina, es mi celular lleno de fotos con atardeceres increíbles. Es mirar el río y verme nadando con mis hermanos hasta tener la piel de “abuelo”. Es pasar por la Colon y querer volver a entrar al Don Natalio y llevarte conn $1 el kiosco entero.
Aunque volver fue también dejar un mundo en La Plata lleno de personas que hicieron todo tan amoroso y tan increíble. ¿Por qué uno abandonaría eso? Todavía no lo sé. O si. Me acuerdo el momento exacto en el que decidí quedarme: eran las doce del mediodía, hacía frío y se sentía el sol. Otoño. Amo esa combinación. Iba caminando por el malecón a un almuerzo familiar y veo pasar dos toninas sobre un río muy calmo, con una paz que hacía mucho tiempo no sentía. En ese momento, dije que sí. Desde ese día el reloj siempre marca mi momento preferido: las 19 h. Y la sensación es que el tiempo sobra. Y uno, aprende que eso también está bien.
¿Vieron esa frase cursi que dice que siempre uno vuelve a los lugares donde fue feliz? No falla cuando extrañas algo o alguien. Me di cuenta ayer cuando le escribí a una amiga porqué me acordé de un buen recuerdo en la facultad y me volví a reír con la misma intensidad que ese día.
Ojala siempre se trate de reírse y de volver a los lugares felices